Enero es sinónimo de (buenos) deseos, de entusiasmo y de planes… sobre todo, de planes. Y uno de nuestros planes anuales es un paseo por París. Cada año nos gusta sentir el ambiente de la ciudad de la luz, justo antes de que las decoraciones del periodo navideño desaparezcan, cuando la ciudad parece animada, vestida de gala para recibir al nuevo año. Hemos visto París con diferentes ojos a lo largo de los últimos 20 años, entre las obras, las crecidas del Sena, la gran noria, los gilets jaunes (“chalecos amarillos”), la pista de patinaje del Hôtel de Ville (“ayuntamiento”) o la triste desaparición de la flecha de Nôtre Dame.
Texto y fotos: J. Halle
Si bien es cierto que hay cosas que no cambian nunca como la decoración de los elegantes Champs Elysées, el señorío de la Dame de Fer (“Dama de hierro”) o la majestuosidad del Arco del Triunfo dominando la que los franceses llaman, no sin su habitual pomposidad, la plus belle avenue du monde, hay otras cosas que sí que cambian. Algunas son sutiles otras extraordinarias, pero ¿cuáles han sido las diferencias encontradas en el paseo de este principio de 2021?
Las mascarillas: omnipresentes
Lo menos que se puede decir es que en Francia lo de las mascarillas es un asunto sensible. Aún resuenan en el país los ecos de los expertos, en Francia siempre hay un buen experto para todo, que aseguraban que eso de ponerse mascarilla no servía para nada. La polémica, en Francia siempre hay una buena polémica para cualquier asunto y más si se trata de un asunto social, tiene sus raíces en la supuesta mentira oficial sobre la falta absoluta de mascarillas en el país o la mala gestión para procurárselas.
Lo cierto es que, sin llegar hasta justificar lo ocurrido que no es ni mi intención ni mi trabajo, hay razones para explicar tanto la falta de reacción del gobierno, aquí lo llaman prudencia o “principe de precaution”, como la falta de mascarillas. El país vive traumatizado desde los años ochenta por el controvertido “affaire du sang contaminé”, un asunto en el que las autoridades fueron acusadas de distribuir sangre de los bancos de sangre sin verificar las posibles contaminaciones. Más de 1000 muertos (reconocidos) después se entiende que ningún cargo público en Francia se aventure más allá del constitucional principio de precaución a la hora de tomar medidas de salud pública.
En cuanto a la falta de mascarillas hay que remontarse menos lejos en el tiempo. Y a una de las primeras pandemias mediáticas del siglo XXI: la gripe A o gripe porcina o aquel nombre que nos causó pesadillas H1N1. La ministra de la sanidad de la época, Rocelyne Bachelot lleva, o llevaba, años soportando la mofa de propios y extraños por sus “extravagantes” pedidos de máscaras y vacunas contra la gripe A. Bachelot compró 2 mil millones de mascarillas y casi 100 millones de dosis de vacunas y se ganó a pulso ser considerada como una inconsiderada con los dineros públicos además de exagerar con el principio de precaución. La historia la ha resucitado como un modelo de previsión y de actuación rápida ante una pandemia, además de como ministra de la Cultura.
Hoy, pasearse por París es pasearse por una ciudad sin rostros. Triste ironía en el país que defendía, con leyes, la prohibición de cubrirse la cara en la calle en nombre del principio de laicidad. La mascarilla es obligatoria por todas partes y se ha convertido, incluso, en un complemento de moda.
El cierre de los restaurantes
Francia es considerado, con razón, como el país de la gastronomía, una de las cinco claves del mundialmente conocido art de vivre à la française (“arte de vivir a la francesa”). La decisión de sacrificar uno de los pilares de la economía francesa ha sido una de las más difíciles de adoptar para el joven presidente de la República, Emmanuel Macron, quien ya en el anuncio del primer confinamiento pronunciaba su tan comentado quoi qu’il en coûte (“cueste lo que cueste” en español). Digamos que los impactos del cierre del sector de la hostelería y el turismo para la economía francesa son colosales. Un país que se propuso el objetivo de recibir unos 100 millones de turistas al año y que, en París, registró en 2019 el segundo mejor año de la historia en términos de ocupación hotelera. Macron manifestó su deseo, con la ya legendaria y característica verborrea de lo que los franceses llaman “un gobierno de tecnócratas”, una cláusula de revoyure algo así como el “yate” en español bien castizo. Al sector se le anunció que ya se le llamaría el 7 de enero para estudiar si se podía reabrir. Evidentemente, abrir lo que se dice abrir, pues eso…
Pasear por el París de los restaurantes y de los cafés parisiens cerrados es un auténtico motivo de desasosiego. Cómo no sentir nostalgia de todos esos garçons de café (“camareros”) siempre malhumorados, altivos y sin la más mínima noción del servicio al cliente que hacían el charme (“encanto”) de una visita a París.
Hoy en día los restaurantes se forman justo en frente de los, escasos, restaurantes que se aventuran con la venta para llevar y sus interminables filas de sillas para indicar por donde entrar y por donde salir. Sólo un tercio de los restaurantes se han convertido al modelo click&collect y a pesar de las ayudas gubernamentales, la cólera de unos empresarios que han encadenado la crisis de los chalecos amarillos con la de la Covid no cesa de aumentar. Casi todos los que se han apuntado al click&collect son restaurantes de comida rápida y todos ellos tienen cerrados los servicios, un asunto de suma importancia cuando se pasea por París. Ande, ande, intente encontrar un sitio en el que aliviarse en plenos Campos Elíseos de la pandemia. Si lo encuentra no dejará de acordarse de Zapatero y sus ochenta céntimos por un café, aunque eso sí, ármese de paciencia y sea previsor si va con niños. Y es que tener una necesidad urgente se ha vuelto un lujo durante la pandemia, aunque no sea muy romántico tratándose de París.
París sin turistas
Pero lo que sin duda llama más la atención cuando uno se pasea por París es la ausencia de turistas. El resultado apunta a unas pérdidas de entre el 70 y el 80 %, es decir, como mínimo unos 20 mil millones de euros. Y es que resulta casi irreal ver calles completamente vacías, monumentos como el Arco del Triunfo, la Torre Eiffel o el Louvre sin las colas habituales. En tiempos normales, o como se dice en la actualidad “antes del primer confinamiento”, eran 4 millones de turistas los que llegaban a París sólo para el mes de diciembre. Este año, tan sólo el 20% de la capacidad hotelera ha sido ocupada.
Los comercios tampoco están en mejor forma. Los cambios incesantes de timón por parte del gobierno: cierres, reaperturas, toque de queda, han afectado, y mucho, a su volumen de negocio. Algunos se aventuraron con el click&collect, pero lo cierto es que pasear por las calles comerciales de París es un claro ejemplo de la amplitud del desastre (económico). Las últimas estimaciones apuntan a que hasta el 30% de los comercios no esenciales podrían cerrar definitivamente. Muchos de ellos se vieron obligados a invertir para adaptarse a las medidas de protección, pero los únicos que han podido mantener la distancia social (sí, sí, social y no física) son las boutiques de lujo como las de la Avenue Montaigne, una de las más chic de París, en las que antes, durante y después de la crisis, uno está siempre seguro de que hará las compras sin agobios de gente.
Lo bueno de que no haya turistas es que uno puede tomarse un tiempo infinito para disfrutar de la ciudad, hacer esa foto que nunca pudo hacer porque siempre había alguien que pasaba por ahí o incluso permitirse el lujo de aparcar en pleno corazón de la ciudad. Porque no hay duda de que como se disfruta de París es paseando. Es el gran descubrimiento de la pandemia.
Los trenes o los autobuses resulta que estaban saturados, la promiscuidad era elevada y muchos de los que abogaban por fomentarlos con razones ecológicas se han pasado sin miramientos al coche de toda la vida. Paradójicamente, hoy se puede elegir cualquier parking público sin miedo a verse obligado a circular durante horas para encontrar un sitio. Y es que uno de los efectos de la pandemia, negativo para muchos, inevitable para otros, ha sido la explosión de los recursos de un solo uso, la instalación masiva de plexiglás o la explosión del uso del vehículo personal frente a los transportes públicos asociados por muchos a un riesgo de contagio, con la consecuente bajada de la fiebre ecológica que habíamos vivido en los últimos tiempos. Sencillamente, nunca fue tan fácil y asequible acercarse a París en coche, aparcar en una zona turística y volverse a casa sin ni siquiera perderse en los atascos.
No lo dude, París sigue valiendo una misa. Cada barrio, cada calle, cada rincón le ofrecerá ese algo que seguro que se le pasó por la cabeza cuando planeó visitarlo. Y durante el paseo, turístico, de la Covid podrá hacer esa foto para la historia: la de la Torre Eiffel en obras, la Defense “desertada” por los teletrabajadores de la Covid desde un Arco de Triunfo “desertado” por los turistas.