Antes de viajar a Bulgaria, solo sabíamos el nombre de su capital, que escriben en cirílico (como el ruso o el ucraniano), que el país ocupa la mayor parte de la antigua provincia romana de Tracia, que tiene costa en el Mar Negro y que el búlgaro más famoso en España sigue siendo el exjugador del Barça Hristo Stoichkov. En verdad, seamos sinceros: son pocos los españoles e hispanoamericanos a los que se les ocurre la brillante idea de visitar este país balcánico. Y recalco lo de brillante idea, porque recorrer Bulgaria en una semana en coche ha resultado ser una sorpresa viajera con mayúsculas.
Texto: José Carlos Pozo / Fotos: Antonio Cebrero
Bulgaria es un país seguro, barato, donde se come sano y en abundancia, casi intacto todavía a las hordas de turistas que invaden otros destinos europeos, a excepción de dos zonas turísticas del Mar Negro -Sunny Beach y Golden Sands-, que son del estilo de Benidorm o Magaluf, con hoteles y apartamentos apelotonados, y chavalería británica, alemana o nórdica buscando el desmadre alcohólico y sexual. Allí no hemos osado poner un pie. ¿Para qué? No nos iba a aportar nada auténticamente búlgaro.
Nuestro road trip, que se muestra en el mapa de abajo y que supuso conducir más de 1.200 km en ocho días y siete noches, comenzó en Sofía, la capital, y continuó hasta el impresionante Monasterio de Rila, relajándonos después en un balneario de aguas minerales en Sapareva Banya. La siguiente escala fue la monumental ciudad romana de Plovdiv con su distintivo barrio de arquitectura tradicional búlgara. Mi amigo Antonio y yo atravesamos el país por las montañas para ver el extravagante “Ovni comunista de Buzludzha” para llegar a las ciudades y pueblos del Mar Negro, como Burgas y Nesebar. Finalmente, volvimos a Sofía por el norte hacia Veliko Tarnovo, la ciudad de las casas colgadas.
7 imprescindibles en Bulgaria
Sofía
¿Qué nombre más bonito para una ciudad o para una chica? Pero, atención, en búlgaro la sílaba tónica de la capital búlgara recae en “so”, por lo que se pronuncia como “So-fia”. Centrándonos en lo meramente turístico, es una ciudad que se ve perfectamente en un día.
Nosotros empezamos con un free tour por Sofía para orientarnos y coger ideas de los lugares más destacados para luego visitarlos con más detenimiento. Caminando por el bulevar Vitosha, la principal arteria comercial de la ciudad, y tras pasar el Palacio de Justicia se llega a la estatua más famosa de la ciudad, la de Santa Sofía, una gigantesca columna en medio de una avenida sobre la que está colocada la imagen de la patrona de la ciudad y que sustituyó a otra precedente de Vladimir Lenin. La estatua sujeta en una mano una corona de laurel, símbolo del poder, mientras que un búho posa en su otro brazo como símbolo de la sabiduría.
Desde ese cruce de caminos en el que se ubica la estatua de Santa Sofía se abren ante los ojos una especie de “eje de la tolerancia”, porque muy cercanas entre sí se hallan la sinagoga judía, la iglesia ortodoxa de Sveta Nedelya, la catedral católica de San Jorge y la gran mezquita Banya Bashi, la mejor muestra arquitectónica de los casi 500 años de dominio otomano en estas tierras de los Balcanes.
Al adentrarnos por un lateral del Palacio Presidencial, donde permanecen engalanados e impertérritos los guardias presidenciales, nos topamos con la iglesia de Sveti Georgi, que data del siglo IV, por lo que es la más antigua del país, de los tiempos en los que Bulgaria todavía pertenecía al Imperio Romano. También por las inmediaciones los arqueólogos han desenterrado una antigua calzada y el anfiteatro de lo que fue la ciudad romana de Serdica.
Por la avenida del príncipe Alexander I, fundador del principado autónomo búlgaro dentro del Imperio Otomano a finales del siglo XIX, que continúa por el bulevar del Zar Osvoboditel, aparecen el gran museo “sofiota” (suena raro este gentilicio para los habitantes de Sofía, dicho sea de paso), la Galería Nacional de Arte, así como otras instituciones importantes del país como el Parlamento Nacional o el Banco Nacional Búlgaro. Muy cerca se halla también el Teatro Nacional Ivan Vazov, considerado el poeta búlgaro por antonomasia, delante de cuya fachada se sitúa una bellísima fuente de caños de agua insertada en un agradable jardín.
Como era previsible, existe una iglesia con la denominación de la ciudad, la iglesia de Santa Sofía (o Hagia Sofía), pequeña, coqueta y reconocible por su estructura de enladrillado rojo. Lamentablemente, resulta minúscula y minusvalorada frente a la vecina e imponente Catedral de Alexander Nevski, quizás el edificio más monumental de Bulgaria. Se trata de la segunda catedral ortodoxa más grande de los Balcanes, después de la existente en Belgrado. De estilo neobizantino, se levantó en 1912 para conmemorar la independencia del país y en homenaje a los soldados rusos y búlgaros que dieron su vida por una Bulgaria libre del yugo turco. Lo bueno de esta catedral y de muchas otras iglesias ortodoxas en Bulgaria es que son de entrada gratuita.
Monasterio de Rila
Como habíamos alquilado un coche para movernos por Bulgaria, no tuvimos los quebraderos de cabeza que cuentan otros blogueros de viajes para llegar en transporte público a sitios imprescindibles pero apartados del país como el Monasterio de Rila. Situado a 130 km de Sofía, se tarda 1h45m en llegar (una hora aproximadamente por la autovía A3 que baja a Grecia y otros 45 minutos por carreteras comarcales, atravesando aldeas y, en el tramo final, subiendo una montaña por medio de un bosque verde y frondoso).
El pórtico exterior a la carretera no presagia nada de la espectacularidad que se presenta ante los ojos al llegar al patio central del Monasterio de Rila. De sopetón nos encontramos con una estampa imposible de olvidar por su belleza única: en medio, la imponente iglesia de la Natividad y rodeándola, como si fuera una muralla exterior, dos plantas de galerías con pórticos que dan a las celdas de los monjes; y de fondo, unas altísimas montañas de verde intenso debido a la espesura de su vegetación. No es de extrañar que fuera declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1983.
Se inició su construcción en el siglo X, fue destrozado en el siglo XIV con la llegada de los otomanos, reconstruido en el siglo XV, quemado por un incendio en el siglo XIX y, de nuevo, levantado casi de cero a posteriori. El Monasterio de Rila representa uno de los símbolos primigenios de identidad cultural, religiosa y patriótica del pueblo búlgaro. Es gratuita la entrada a este recinto monástico, así como a la iglesia de la Natividad, de la que debemos destacar los frescos con pasajes bíblicos que decoran los muros exteriores, muchos de ellos bastante macabros por representar lo que les ocurriría a los que terminasen en el infierno. Solamente son de pago los museos (el de los tesoros y el de las cocinas -entramos a este último y nos costó aproximadamente 2 euros por persona-) y subir a la Torre de Hrelja, utilizada por los monjes como refugio durante las guerras.
Los balnearios de Sapareva Banya
De regreso desde el Monasterio de Rila a Sofía, a 75 km de la capital, hicimos una parada “obligada” en cualquier estancia que se precie en Bulgaria: pasamos unas horas de relax absoluto en un balneario de aguas minerales. Nos detuvimos en el pueblo de Sapareva Banya, que cuenta con el géiser mineral más caliente de Europa, exceptuando Islandia, con una temperatura media de 103ºC.
Gracias al vapor caliente que emana de las entrañas de estas tierras, se han creado muchos hoteles-balnearios, en algunos, como el que estuvimos por recomendación de unas locales, no hace falta alojarse: Rila Rock Spa. Mientras íbamos entrando y saliendo de las cinco piscinas de aguas minerales, cada una con una temperatura diferente (hasta 34 grados la más caliente), y de los jacuzzis y baños turcos del interior del complejo, lo que más disfrutamos fueron la tranquilidad del lugar (sin turistas extranjeros) y la belleza del entorno. Está situado junto a un bosque de esbeltos árboles y con vistas a una vasta planicie debajo del pueblo. En comparación a los balnearios de España, la entrada es muy barata. Pagamos solo 12,50 euros por persona por tiempo ilimitado hasta su cierre (hasta las 20h), incluyendo un albornoz.
Plovdiv
Más o menos a mitad de camino entre Sofía y el Mar Negro nos quedamos dos días en Plovdiv, la segunda ciudad más poblada del país y, por nuestra experiencia, fue nuestra visita favorita. Construida sobre siete colinas, como Roma, en su trazado urbano han dejado su huella pueblos como los tracios, los bizantinos, los romanos, los búlgaros o los otomanos. La Plovdiv actual es una ciudad activa, marchosa, acogedora…
Su centro histórico es relativamente pequeño y el tráfico está muy acotado, por lo que es ideal para descubrir a pie sus numerosos lugares de interés. Nada más llegar nos dispusimos a visitar la Ciudad Vieja, un enjambre de calles empedradas y empinadas que sorprenden por sus coloridas casas de madera del llamado Renacimiento Nacional Búlgaro, acaecido en la década de los ochenta del siglo XIX cuando Bulgaria reivindicaba su independencia frente al dominio turco. En la Ciudad Vieja se pueden visitar algunas de esas casas que mezclan los estilos otomanos y occidentales, como el Museo Etnográfico, o entrar en los patios de las antiguas viviendas de artesanos donde se venden antigüedades.
La caminata nocturna de ese día culminó en la parte más alta del casco antiguo de Plovdiv, que está coronado por un teatro romano construido en el siglo I a.C., cuando la ciudad se llamaba Philoppolis. La majestuosidad de este teatro perfectamente rehabilitado se acrecienta si tienes la suerte de ver un espectáculo in situ (en verano acoge obras de teatro y de ópera, así como conciertos de grandes artistas). Cuando pasábamos se estaba representando la ópera Nabucco de Verdi, que pudimos ver por entre los huecos de los barrotes que rodean el teatro. A mí en concreto no me gusta la ópera, pero hay que reconocer que la puesta en escena es imponente con decenas de actores en el escenario, la orquesta a sus pies y el juego de luces entre lila, azul y rosáceo en un entorno mágico de más de dos mil años de antigüedad.
La parte más baja del actual centro urbano de Plovdiv está delimitado por la calle Alexander I, que es la segunda calle peatonal más larga de Europa después de otra en Copenhague, según nos dijo nuestro guía (a los búlgaros les encanta superar récords). La calle Alexander I se levanta sobre lo que fue el antiguo estadio romano, que data del siglo II d.C. y en el que se celebraban las carreras de cuadrigas. Se conservan algunas gradas del circo, como las que están junto a la Mezquita Dzhumaya. En dirección opuesta por la calle Alexander I, pasando por delante de la estatua del famoso cómico local Mimo, se llega al Odeón, que conserva los restos del antiguo foro romano.
Otro aspecto que nos agradó mucho de Plovdiv fue el gran ambiente nocturno que se vive en el barrio de Kapana, a un lado de la calle Alexander I justo a los pies de la Ciudad Vieja del Renacimiento Nacional Búlgaro. El nombre de Kapana significa “trampa” y allí tenían sus negocios los antiguos habitantes turcos. Suponemos que lo del nombre se deberá a que, si entrabas en el barrio, como una especie de bazar musulmán, no habría forma de salir de allí sin adquirir algo a los vendedores. Llama la atención lo deterioradas que están las plantas superiores de los edificios de Kapana, algunos disimulados con grafitis enormes y vistosos, mientras que los bajos están copados por restaurantes chics, pubs petados de gente y tiendas de artesanía muy modernas.
El monumento comunista de Buzludzha
En dirección al este del país, nos adentramos por las montañas del interior para visitar uno de los lugares más extravagantes, remotos y absurdos del país, el apodado “Ovni comunista de Buzludzha”, un monumento mandado construir a principios de los años setenta por el partido comunista búlgaro en lo alto de una montaña a 1.400 metros de altura, en una zona inhóspita a causa del fortísimo viento.
Por lo alejado que está de las rutas turísticas, ya que no hay transporte público que te lleve y, por tanto, hay que conducir por carreteras de montañas plagadas de curvas, algunas de casi de 180º, nos sentimos casi exclusivos al llegar al monumento comunista de Buzludzha. Durante las horas que permanecimos allí, y pese a ser un día soleado de verano, los visitantes eran escasos y todos búlgaros. Los únicos “guiris” éramos nosotros, dos españolitos que parecían no pintar nada en ese lugar.
De acero y hormigón, la construcción se asemeja a un platillo volante en el que se inserta una gigantesca torre racionalista. Su interior se decoró con unos mosaicos y vidrieras dignas de admiración. Hasta hace pocos años algunos blogueros se habían atrevido a acceder a su interior. En la actualidad es imposible. Hay una caseta de policía para impedir las locuras y estupideces de algunos, porque el edificio está abandonado, descuidado, lleno de grafitis en algunos de sus muros exteriores y supuestamente dentro se cae a pedazos. Si bien existe cierto debate en Bulgaria sobre la conveniencia o no de dedicar dinero a la restauración de un emblema de la etapa comunista, el tiempo pasa y el viento, la dejadez y el vandalismo hacen mella en este hito descabellado de la denominada arquitectura brutalista comunista.
Mar Negro: Burgas y Nesebar
Bulgaria da al mar solo en la parte oriental del país, hacia el Mar Negro, otra de las visitas inexcusables. De hecho, los turistas de sol y playa viajan directamente en avión a los aeropuertos de Varna y Burgas y obvian los lugares monumentales del interior. Nosotros condujimos por la parte central del país, visitando pueblos y ciudades de vida tranquila y lugareña como Kazanlak o Shipka hasta arribar a Burgas, una ciudad costera muy agradable gracias a sus elegantes parques y su bien cuidado paseo marítimo, donde hay muchos locales de música para pasar animadamente las noches de verano.
En Burgas el ambiente es de un turismo eminentemente eslavo: los búlgaros (locales o de otras regiones) son mayoría, pero también hay checos, polacos, eslovacos, ucranianos y rusos. Para ser un lugar costero los precios de los restaurantes son muchísimo más baratos que los chiringuitos en España. Otra ventaja añadida del Mar Negro es que la temperatura del agua está mucho más alta y grata que en la vertiente atlántica de España o en zonas mediterráneas como la Costa del Sol.
Muy cerca de Burgas hicimos una visita a Nesebar, un bello pueblo costero que, no obstante, pierde su encanto por la cantidad abusiva de tiendas de souvenirs que hay en sus calles de arquitectura tradicional búlgara. No obstante, fue muy agradable pasear por sus calles empedradas de casas de madera oscura y restaurantes alineados uno detrás del otro en cualquier borde con vistas al mar. Además, pudimos conversar con algún artista local, como Georgi, al que le compramos unas estupendas láminas de Nesebar y unas versiones muy originales y conseguidas de Don Quijote y Sancho Panza.
Nos faltó visitar otros lugares recomendables como el pueblo de Sozopol o la ciudad de Varna, la tercera en población del país, pero Bulgaria en una semana no nos daba ya más de sí.
Veliko Tarnovo
De vuelta al aeropuerto de Sofía nuestra última estancia fue en la ciudad de las casas colgadas de Veliko Tarnovo. Diríamos que a los españoles les recordará a la ciudad de Cuenca, pero a lo búlgaro. Tiene un río -el Yantra- que atraviesa la localidad, un castillo que domina el entorno (aquí es la fortaleza de Tsarevets) y unos barrios plagados de casas encaramadas de formas inverosímiles a las laderas de las montañas.
Caminando por la vía principal de Veliko Tarnovo, la calle Stefan Stambolov, llena de casas coloridas y elegantes, nos encontramos con varios miradores decorados de grafitis desde los cuales se tienen vistas panorámicas e impresionantes del río y los barrios bajos de la localidad. En medio de una especie de isla se ubica el monumento a la Dinastía Asen, bajo la cual existió el II Imperio búlgaro en la Edad Media.
No puede faltar en un paseo por Veliko Tarnovo la visita a la Catedral Sveta Bogoritsa pero, sobre todo, disfrutar del encanto de Samovodska Charshiya, la calle del antiguo zoco que, pese a tener algunas tiendas de souvenirs, mantiene todavía su encanto tradicional gracias a la pervivencia de talleres de cuero, de orfebrería, de ilustración de libros, de juguetes de madera, etc.
Conducir en Bulgaria
Alquilar un coche. Pillamos un Citroen C3 con Green Motion. No teníamos ni idea de agencia británica de rent a car ni tampoco leímos muchas referencias previas de otros viajeros. La verdad es que el precio era el más competitivo (278 euros por 8 días con la opción Premium, que es la más recomendable porque os despreocupáis de los posibles bollos o rayones en el coche). Nuestra experiencia fue buena, excepto al final cuando tuvimos que entregar el coche, porque, como es la norma en casi todos los rent a car, había que dejar el coche con el depósito al mismo nivel; en nuestro caso, lo recibimos al 75% pero lo íbamos a dejar al 50%, sabiendo que debíamos pagar un extra, pero no que fuese abusivo. Su política de precios cobra 3 euros por litro de gasolina 95 para compensar el depósito desigual. Como iba a ser una sangrada, salimos del párking de la agencia rápidamente, con un poco de estrés por el inminente vuelo, para buscar una gasolinera cercana y dejar el depósito tal y como nos lo entregaron.
Las autovías entre las grandes ciudades son gratis y están en buen estado, como la A3 que va a Grecia o la A2 que lleva a Burgas y Varna en el Mar Negro.
Las carreteras comarcales suelen estar bien pavimentadas, como por ejemplo entre Plovdiv y el monumento comunista de Buzludzha, pero otras carreteras de un solo carril tiene demasiado tráfico de camiones, como de Burgas a Veliko Tarnovo por zonas montañas y ahí es donde se ve a las claras el carácter temerario de los conductores búlgaros, que hemos visto son capaces de adelantar a tres camiones subiendo, entre curvas y con poca visibilidad. ¡De locos!
Hay escasas medidas de seguridad en los tramos en obras. Las veces, que han sido unas cuantas, que nos hemos topado con obras en las carreteras, con grúas, apisonadoras y otras maquinarias necesarias, los atascos eran tremebundos y, lo peor, es que no había conos, señales visuales u operarios indicando de qué lado había preferencia para pasar antes o después. Era como en el Salvaje Oeste; el más rápido y listo pasaba. En esos casos hay que extremar la precaución. (Como ejemplo, ver vídeo aquí abajo).
¿Cómo pagar la zona azul en Sofía y en otras ciudades? Si has conseguido aparcamiento en el centro de Sofía, te encontrarás seguramente en una zona azul (el casco histórico está plagado de zonas azules). Para pagar hay que mandar un SMS a un número búlgaro que viene indicado en los carteles (también en inglés), pero nosotros no conseguimos hacerlo desde un número de teléfono de otro país. Nos enteramos de que en los hoteles venden unos cartones para las zonas azules y verdes en los que se debe rascar todo lo pertinente (zona azul o verde, día, mes, año y hora) y luego colamos algunos de esos cartones en la parte visible interior de nuestro coche. Cada hora de aparcamiento en la zona azul en Sofía cuesta 2 levas (=1 euro). Otra opción es buscar un aparcamiento privado, como hicimos nosotros al lado del bulevar Vitosha, que era más bien un patio de vecinos con un señor en una garita de guardia. Costó 32 levas (=16 euros) por 7 horas de estacionamiento.
Otras curiosidades de Bulgaria
¿Fuman mucho los búlgaros? Como auténticos carreteros. Jóvenes, adultos y ancianos fuman en todas partes: en las terrazas, en los salones interiores de bares y restaurantes, en las discotecas, en las playas…; cigarrillos (las chicas prefieren los largos y finos), cachimbas, vapes… La oficina de estadísticas de la Unión Europa incluye a Bulgaria, junto a otros 16 países europeos, como uno de los más estrictos en la aplicación de la prohibición de fumar en lugares cerrados. Pues es peor que en los pueblos perdidos de España. Nosotros nos reímos a carcajadas, porque los búlgaros se saltan esta ilegalidad a la torera literalmente. Y sí es desagradable a veces cenar en un restaurante, como nos ha pasado en varias ocasiones, teniendo a una señora mayor o a un grupo de amigos, detrás o al lado, rociando nuestros manjares de humo de tabaco. Así que ve prevenido para buscar una mesa lo más alejada posible de los fumadores.
¿Tienen mamparas los cuartos de baño? Parece una tontería, pero marca una diferencia sustancial en el disfrute de tu aseo. De 4 alojamientos (3 hoteles y un apartamento) en los que estuvimos en Bulgaria, 3 de ellos carecían de mamparas en los cuartos de baños. No se puede generalizar al 100%, pero la probabilidad de que tu habitación carezca de mampara en la ducha es muy alta. ¿Qué motiva a los búlgaros para construir así? Ni idea, pero es un auténtico incordio, porque se ducha uno y el agua salpica por todas partes, dejando el inodoro mojado y el suelo empantanado. Si le toca luego a tu compañero/a ducharse, o se sacrifica alguna toalla del hotel o hay que pedir una fregona para deshacer el desaguisado.
¿Dónde cambiar dinero? La divisa nacional de Bulgaria sigue siendo la leva (lev en singular). Todavía no se han pasado al euro. El cambio de 1 euro ronda los 2 levas. Al contrario que en muchos países del Este de Europa, como nos ha pasado en Rusia o Polonia, lo más conveniente y seguro es hacer el cambio de billetes de euro en una oficina bancaria, en Bulgaria te lo hacen mejor en las casas de cambio. De hecho, en muchos bancos donde preguntamos nos rechazaron el servicio de cambio porque no éramos clientes. Evitando la casa de cambio del aeropuerto, aunque al llegar es inevitable cambiar algo, por recomendación del recepcionista de nuestro hotel en Sofía, los mejores cambios de euro a levas los hicimos en una de las oficinas de cambio de Nikar, que está en una calle perpendicular al bulevar comercial Vitosha.
¿Cómo son los taxistas búlgaros? Los mismos búlgaros (recepcionistas, guías, etc.) nos advirtieron de que no se nos ocurriera coger un taxi en la calle, porque casi siempre suelen timar a los turistas. No hay Uber ni Cabify en Bulgaria, pero sí te puedes bajar la app Yellow, que funciona igual que esas otras empresas mencionadas, y pedir así tu taxi con la tarifa asegurada de antemano, sin sorpresas posteriores.
¿Qué restaurantes recomendamos, por ejemplo, en Sofía? El guía del free tour que hicimos por Sofía nos dio un listado de lugares recomendables para salir de fiesta, para comprar productos típicos locales y, por supuesto, para comer en un restaurante típicamente búlgaro.
Uno de los que probamos y nos gustó mucho fue el restaurante Manastirska Magernitsa que está muy bien situado en el centro de la capital búlgara. Era un antiguo monasterio, por lo que muchas recetas fueron recopiladas por los monjes ortodoxos, como las albóndigas de espinacas, la ensalada de queso y el Kebab de carne de cerdo que nos supieron a gloria en un ambiente decorativo que semejaba la Bulgaria más rural y tradicional.
Otros restaurantes sofiotas de cocina propiamente búlgara con buenas reseñas son el sofisticado restaurante Moma y la taverna Izbata.