Minar las oportunidades de alguien hasta cortarle las alas de su propia individualidad provoca un conformismo inmutable que lleva al abandono como única defensa ante la desesperanza. Abandono literal: falta de mantenimiento, falta de alimento físico, psíquico y moral… por la falta de futuro. Eso es Cuba.
Fotos y texto: Ascen Manzano
Porque abandonarse es asumir que su suerte quizás no sea la peor de las suertes, pero lo que es seguro es que es inevitable, sin escapatoria. Sin opción a cambiarla.
La decepción de Cuba no es la de encontrar un pueblo sin ideología, sino un pueblo indolente, que ni siente ni padece, capaz de sobrevivir con la misma sonrisa con la que en otro tiempo combatió.
Ese pueblo que, no olvidemos, hizo la revolución a los tiranos es el mismo que hoy se mira a sí mismo sin ver, y critica a todo lo que huela a capitalismo sin conocer. Porque la belleza de La Habana se ha hecho postal con su ruina, de la que no son responsables solo los cubanos.
La Habana es una ciudad adormecida, con algún resquicio de lo que llegó a ser, donde sus habitantes son auténticos supervivientes. El Malecón se ha convertido en el paseo de las mil historias, cualquier cosa es posible y te puede pasar en alguna de las idas y venidas. Los sitios típicos donde se afincó Hemingway, la Bodeguita del Medio… los mojitos, los daiquiris, el ron, el negro del habano, el Palacio de la Música y las jineteras… todo eso es Cuba, la Cuba que se aferra a lo que no tiene.
Me habría gustado conocer esa Cuba, la de 1928, con los ojos y los oídos de Hemingway y luego la revolución, el experimento del que todavía no han despertado, temerosos, los cubanos. La ciudad por la que se paseó Ernesto, se convirtió en Che y se desencantó para irse. En La Habana, eso es lo mejor, se hizo leyenda y permanecen sus ideas encerradas en el museo del Castillo del Morro.
Pero para conocer realmente La Habana hay que centrarse en la gente, dejar que te embauquen y que te engañen. Mirarlos a los ojos cuando te dicen que van a enseñarte la casa donde nació y vivió el Che -cuando el Che es argentino-, que te van a llevar a un espectáculo homenaje a Compay Segundo y en el fondo te llevan a uno de sus bares solo para cubanos, te cobran un mojito -que no es mojito- a precio de turista y te dan una moneda solo cubana con la cara del Che.
Todo aderezado con “mi henmano”, cada uno cuenta la película de la cartilla de racionamiento a su manera. Mientras, en la televisión de marca rusa que mira al fondo un viejo sordo y medio ciego pero con la sonrisa más tranquila del mundo, un señor se afana en explicar cómo hacer ecuaciones y plantea incluso algunos ejercicios. Sí, en la televisión en prime time. Eso es Cuba, el tiempo sin tiempo, porque todo es pasar el tiempo.