En la literatura universal hay numerosas obras insignes que son indisociables de las ciudades donde crecieron o se forjaron sus autores. Me imagino el Londres victoriano gracias a la pluma de Charles Dickens o a las aventuras de Sherlock Holmes escritas por Arthur Conan Doyle; el París romántico del XIX a través de las novelas de Víctor Hugo y Honoré de Balzac; el Dublín pobre pero jovial de principios del XX de la mano de James Joyce; la Lisboa decadente que versificó Fernando Pessoa con sus heterónimos (personalidades poéticas propias); el Salvador de Bahía multiétnico, de putas y marginados, en el que se sumerge Jorge Amado; el San Petersburgo zarista minuciosamente descrito por Dostoievski; o el Estocolmo de novela negra de Stieg Larsson en su revolucionaria saga “Millennium”. Después de la lectura de “Estambul: ciudad y recuerdos”, la gran metrópoli turca quedará en mi memoria literaria vinculada inexorable y permanentemente a Orhan Pamuk.
Reseña: José Carlos Pozo
Reconozcamos que de las letras turcas somos bastante ignorantes. De no ser por el Premio Nobel de Literatura que se le concedió en 2006, muchos seguiríamos desconociendo la obra y los avatares políticos y judiciales en los que se ha visto envuelto Orhan Pamuk. Crítico con el islamismo radical y acusado de traición por denunciar públicamente los exterminios armenio y kurdo que Turquía llevó a cabo en el siglo XX, este escritor ha firmado magníficos libros: “El libro negro” (1990), “El astrólogo y el sultán” (1991), “Me llamo Rojo” (2001) o “Nieve” (2004). Sin embargo, es “Estambul: ciudades y recuerdos”, que mezcla la autobiografía, la crónica histórica y el ensayo literario, el libro que con más sensibilidad nostálgica consagra a su ciudad natal.
La mítica Estambul, que primero fue Bizancio y luego Constantinopla, es una megaurbe que ha pasado del medio millón de habitantes que tenía después de la Primera Guerra Mundial a los más de 13 millones que tiene hoy en día. De ella triunfaron en Europa, durante más de un siglo, las imágenes tópicas de harenes, soldados jenízaros, mercados de esclavos y monjes derviches que escritores románticos franceses y alemanes como Flaubert o Nerval vertieron en sus libros. Actualmente las guías de viajes y los paquetes turísticos de Turquía intentan vender ese exotismo perdido, en gran medida, por la modernización que ha sufrido la sociedad turca en los últimos 60 años. Entre la añoranza y la amargura por las grandezas del desaparecido Imperio Otomano y la crítica al modo en que se ha occidentalizado su país se sitúa Orhan Pamuk. A pesar de los sentimientos de derrota, opresión, pobreza y banalidad que -según él- carcomen su ciudad, con este libro el autor turco hace toda una declaración de amor hacia Estambul, porque ha influido decisivamente en su forma de ver el mundo e incluso en su necesidad de escribir. No importa que haya vivido en Estados Unidos o viajado por medio mundo. Estambul siempre está presente en sus escritos. De ahí que en la página 16 diga:
“…lo que a mí me ha determinado ha sido permanecer ligado a la misma casa, a la misma calle, al mismo paisaje, a la misma ciudad. Esa dependencia de Estambul significa que el destino de la ciudad era el mío porque es ella quien ha formado mi carácter”.
“Estambul: ciudad y recuerdos” cuenta, en paralelo, la historia de dos personajes. Por un lado, está Pamuk, quien hace un recorrido desde la niñez hasta la edad adulta, desgranando las alegrías y las miserias de la familia burguesa en la que se crió. Por otro lado, está la misma ciudad de Estambul, a la cual nos la retrata en blanco y negro. Nos lleva a los escenarios que marcaron su vida: las mansiones lujosas, los colegios caros y los paseos en barco por el Estrecho del Bósforo; pero también las calles sucias, los suburbios degradados, los palacios otomanos derruidos y los horribles edificios postmodernos. Pamuk nos adentra en el “espíritu de Estambul”, en lo bueno y en lo malo, en lo que fascina a los occidentales y en lo que amarga a los estambulíes, en los extremos que hay que conocer de cualquier ciudad. Cuán cierta es su sentencia: “puede que queramos la ciudad en que vivimos, como queremos a nuestra familia, porque no nos queda más remedio”.
Raquel Martínez
23 de septiembre de 2012Siiiii, Jose Carlos, un sueño de ciudad embrujada, para volver…!! Un besote!
Carmen Gf
23 de septiembre de 2012Es un lugar precioso, sus habitantes son personas muy trabajadoras que se levantan muy temprano para abrir sus negocios y cuando vuelves por la noche aún lo tienen abiertos, su paisaje es espectacular y su cultura todo un misterio, me gustó mucho ir a visitarlos.