De todas las veces que he ido a Moscú, de todas las veces que he paseado por la Plaza Roja, nunca me he sentido tan eufórico ni tan privilegiado como esta última vez que he presenciado en primera persona, desde lo alto de una grada de público, con las ostentosas galerías comerciales GUM a mi espalda y con las imponentes murallas del Kremlin de frente y la icónica Catedral de San Basilio a un lado, uno de los eventos de música militar más espectaculares que se pueden ver en el mundo. Es el festival “Spasskaya Tower” de Moscú, una auténtica “batalla” de orquestas representativas de las Fuerzas Armadas de Rusia y de otras naciones.
Texto, fotos y vídeo: José Carlos Pozo
¿Planeas visitar Moscú en el futuro? Pues te aconsejo que lo hagas entre finales de agosto y principios de septiembre. Además de que el tiempo no será tan caluroso como ocurre en julio en los últimos años -llegando incluso a los 35 grados y eso allí se hace insoportable debido a la contaminación y a que no hay tantos lugares con aire acondicionado-, te coincidirá con el festival internacional de música militar “Spasskaya Tower” (en ruso, “Спасская башня”). Debe su nombre a la Torre Spasskaya (en español significa “Torre del Salvador”), que con sus 71 metros de altura, terminados de construir en 1491, forma parte del conjunto amurallado del Kremlin.
Viendo sentado en la misma Plaza Roja de Moscú cómo desfilan “las tropas musicales” en una de estas noches del final del verano ruso, uno parece retrotraerse en el tiempo e imaginarse sentado en una de las tribunas exclusivas que presidían los mandatarios soviéticos como Stalin, Kruschev o Gorbachov al frente, o en nuestros días con Putin en el sillón presidencial, en el día por excelencia del orgullo de la nación rusa: la conmemoración de la victoria sobre la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial.
Lo que tiene lugar en este festival “Spasskaya Tower” de Moscú no son únicamente marchas militares, que las hay, por supuesto, que no se decepcione ningún fan de las músicas castrenses. Pero este es un auténtico show moderno para deleite y disfrute de cualquier aficionado a la música, de la más variadas y lejanas músicas que traen las bandas venidas de diferentes lugares de Rusia y del mundo.
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Cada año el festival “Spasskaya Tower” de Moscú dura nueve o diez días, con precios que van de los 35 euros en adelante dependiendo del día y del sector. Mi entrada costó 60 euros y para lo que vi y desde donde lo vi la considero barata. Eso sí, compres tu entrada en la tribuna o sector que sea, llévate una buena chaqueta porque la temperatura cae bastante por la noche (tuve 13 grados) y se nota mucho en un lugar tan abierto como la Plaza Roja. De hecho, por consejo de rusos que ya habían ido antes, me llevé también una mantita para las piernas y fue acertadísimo.
Ese inolvidable sábado de finales de agosto que tuve la suerte de asistir a las 2h15m de música sin interrupción incluía también en el repertorio baladas instrumentales de pop, blues, los acelerados ritmos de los sirtakis griegos o la música popular mexicana con canciones tan famosas como “Guadalajara” o “Viva México”. Por cierto, de todas las orquestas y grupos folclóricos participantes en esta edición de 2021, entre ellos de Bielorrusia, Qatar, Grecia o Austria, los mexicanos fueron los que provocaron más aplausos, más vítores y más peticiones de fotos con los mariachis y las mujeres con trajes aztecas entre un público totalmente ruso (a causa de la pandemia provocada por el Covid, en 2021 Rusia ha estado cerrada al turismo extranjero -¡qué alegría pasear por la ciudad sin las hordas de turistas chinos!- por lo que con mi visado especial me sentía casi un “infiltrado”).
Estando en Rusia una de las actuaciones que más me maravilló fue la de los habilidosos caballistas de la Escuela Ecuestre del Kremlin. Acompañados de bailarines y acróbatas vestidos con los tradicionales trajes cosacos de casacas rojas y sus papajas (gorros de piel), estos jinetes se montan de pie sobre dos caballos y manejan las riendas con una soltura inigualable y una valentía asombrosa.
El colofón final, que todavía resuena en mi memoria (“¡qué chulo, impresionante, espectacular!”, salía de mi boca una y otra vez), fue ver sin apenas darme cuenta cómo en unos movimientos rápidos y perfectamente sincronizados se habían juntado y mezclado todos los soldados-músicos (o músicos-soldados) de los diferentes países en medio de la plaza más famosa de Rusia y quizás del mundo entero mientras las bandas rusas tocaban una sinfonía de Tchaikovski y de fondo potentes láser iluminaban con tonalidades vivas y cambiantes las fachadas del Kremlin y de la Catedral de San Basilio y los fuegos artificiales relampagueaban en esa memorable noche moscovita.
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