¿ES POSIBLE ENAMORARSE DE UNA CIUDAD?
De ser así yo tengo muchos amores esparcidos por el mundo: San Francisco, Morro de São Paulo (Brasil), Sevilla, París, Cracovia…y, ¡cómo no!, Lisboa. “La niña bonita de mis ojos” significa mucho para mí. Me trae recuerdos imborrables del tiempo que viví allí, de los buenos momentos que pasé en sus calles y sus locales, de la gente maravillosa que conocí, pero sobre todo es una urbe que nunca me defrauda cuando regreso. Sin el aparente glamour y sofisticación de otras grandes metrópolis, Lisboa también me abre las puertas de una gran oferta cultural, gastronómica y recreativa. Dicen que el amor no se puede entender, que sólo hay que sentirlo, que no se debe analizar sino disfrutarlo. Aunque sea impropio de todo amor romántico, no me resisto a examinar por qué la capital lusa me enamora. ¿Será por su marcha nocturna? ¿Será por la sencillez y amabilidad de sus gentes? ¿Será por sus suculentos platos culinarios? Es por todo esto y por mucho más -excluyo el fado que con la tristeza de sus melodías me deprime y con la sobriedad de sus cantantes me da pavor-. Como todo enamoramiento, el mío es muy personal. Por eso las tres razones principales son sus cafés, sus miradores y sus tranvías.
Texto: José Carlos Pozo
1. Los cafésTal vez las cafeterías italianas y francesas sean las que más fama mundial tienen. Sin embargo, con menos marketing, las portuguesas no se quedan a la zaga en cuanto a calidad. Sin menospreciar el café que se sirve en otros lugares del mundo, hasta el momento es en Portugal, y en concreto en Lisboa, donde he saboreado los cafés más deliciosos, donde me he recreado más en su embriagador aroma y donde mejor me han sentado al estómago. En efecto, éste es uno de mis más certeros medidores de las calidades cafeteras al igual que todo juerguista de pubs o discotecas tendrá la suficiente experiencia para distinguir el vomitivo cubata de garrafón de uno como Dios manda.
Nuestros vecinos sienten una especial devoción por este producto “adictivo”, que mayormente importan de una de sus ex colonias, Brasil. Los lusos han aprendido a servirlo en una variedad amplísima pero a la vez muy compleja a los ojos de los foráneos, ya sea por el tipo de recipiente para beberlo, ya sea por el tamaño o ya sea por los añadidos.
No es lo mismo “um galão” -lo que sería para nosotros un “manchado” servido en un vaso largo de cristal- que “uma bica” -un expresso- o “um garoto” –“un cortado” a la española- y la lista es larga. Por mi parte, no me complico la vida. Cuando vuelvo a Lisboa, siempre pido el mismo tipo de café: “uma meia com leite” = un café con leche. Si quieres pedir un café acorde a tus gustos, te aconsejo que consultes el siguiente enlace con algunos términos cafeteros en portugués.
http://www.lisboando.com/cultura-portuguesa/como-pedir-un-cafe-en-lisboa
¿Y qué contar de las cafeterías lisboetas que han adquirido tanta fama como cualquiera de sus más insignes monumentos? Es el caso de “A Brasileira”, en cuya terraza exterior casi el 100% de los turistas que sube por las cuestas de Chiado en dirección al Barrio Alto se hace la típica foto junto a la estatua de Fernando Pessoa, uno de los grandes de la literatura portuguesa y en su época célebre tertuliano de esta cafetería. Inaugurado en 1778, Café “Martinho de Arcada” es el más antiguo de la ciudad y se sitúa en la Plaza de Comercio.
“Nicola” es otro clásico en los itinerarios cafeteros por su decoración art decó de 1929, pero sobre todo por las solicitadas mesas de su terraza desde la que se ausculta el palpitar del corazón urbano de Lisboa, la Plaza del Rossio.
Un café-bar con un estilo muy barroco es el “Pavilhão Chinês” en el Bairro Alto. Un té, café o cóctel te saldrá un poco caro, pero merece una visita, pues es un auténtico museo encubierto, con piezas de arte y mobiliario de los siglos XVIII, XIX y XX. El lugar que gana por goleada en cuanto a concurrencia turística es la “Antiga Confitería de Belém”, muy cerca del Monasterio de los Jerónimos. Lo ideal sería tomarse un cafelito saboreando uno de sus conocidos pastelitos de nata, que se fabrican allí mismo, pero te lo desaconsejo si no quieres quedar aplastado por tantos golosos compulsivos haciendo colas interminables ante este local.
Personalmente prefiero perderme por las calles de Alfama o Graça y recalar en alguno de sus bares o cafeterías de barrio. Sale mucho más barato que en esas cafeterías que se destacan en las guías turísticas y, como añadido extra, casi siempre he podido charlar con los vecinos y reírme con anécdotas hilarantes, como las de un jubilado en La Baixa que me contó cómo se las apañaba para cruzar la frontera con el único objetivo de visitar los puticlubs de Badajoz.
En este enlace puedes leer más sobre las cafeterías con solera (en inglés, sorry):
http://www.golisbon.com/food/cafeterias.html
2. Los miradoresCuando pienso en Lisboa mi memoria siempre rescata las vistas que mi retina fotografió desde sus miradores. La ciudad se asienta sobre siete colinas por cuyas laderas serpentean casas, conventos, palacios o bares. Esta disposición urbana de altibajos es propicia para la existencia de miradores, auténticos regalos para la pupila de cualquier persona con un mínimo de sensibilidad. Para hacerse una idea de las diferentes caras de Lisboa la mejor forma es a través de estas ventanas naturales.
En el Bairro Alto se halla uno de mis miradores preferidos, el de Santa Catarina, adonde se puede llegar con el tranvía 28. El ambiente juvenil y los músicos callejeros que siempre transitan la cafetería de la cima le confieren un ambiente marcadamente bohemio. Sin embargo, lo que verdaderamente me encanta del lugar son sus inigualables vistas sobre la desembocadura del Tajo. Al atardecer es una delicia contemplar el manso discurrir del río hacia su encuentro con el Océano Atlántico mientras el puente rojizo del 25 de abril, primo hermano del “Golden Gate” de San Francisco, lo atraviesa desde la orilla lisboeta hasta la otra en Montijo donde se levanta el descomunal monumento del Cristo Rey.
Desde el mirador de San Pedro de Alcántara se divisa el Castillo de San Jorge y los barrios más antiguos. Es ideal para fotografías al atardecer. En la parte opuesta de la ciudad, precisamente desde los puntos más elevados de ese enclave militar, obtenemos magníficas panorámicas de diversos ángulos de Lisboa. Desde esta zona me gusta la vista que hay desde los cañones que preceden al Castillo de San Jorge. A mis pies puedo vislumbrar la Plaza del Comercio y la Baixa; enfrente, el Convento del Carmo; y a la izquierda, la Catedral de la Sé y el río Tajo.
Otro regalo para la vista se nos brinda desde el Mirador de Santa Luzia, enclavado en Alfama. Para subir al Castillo de San Jorge, te aconsejo que vayas en el ya mencionado tranvía 28 y te bajes en la rua do Limoneiro. Andando un poco nos topamos con un enorme balcón sobre el barrio más castizo de Lisboa. Ante nosotros se nos presenta el caos callejero y el ambiente decadente de Alfama. El tranvía 28 también nos lleva a otro de mis lugares preferidos, el Mirador de Graça, barrio en el que tuve la suerte de vivir durante cuatro meses. Localizado por encima del Monasterio de San Vicente y por debajo del castillo, nos ofrece una panorámica perfecta del centro de Lisboa en donde la Plaza del Rossio y el Elevador de Santa Justa estarán seguramente en el foco de nuestro objetivo fotográfico.
3. Los tranvíasSi el sabor y el aroma de los cafés lisboetas estimulan mis sentidos del gusto y del olfato, y las imágenes desde sus miradores vivifican mi sentido de la vista después de subir las empinadas cuestas, en la capital lusa mi sentido del oído está imperecederamente vinculado al rítmico traqueteo de los tranvías. Sonidos inolvidables del crujir de las vías que produce un “carro eléctrico” (su nombre en portugués) mientras baja endiabladamente por Alfama a la altura de la Catedral de la Sé o cuando el maquinista hace repiquetear su campanita para alertar a los peatones despistados.
De llamativos colores amarillos y rojos, estas antiguallas decimonónicas que surcan las estrechas e inclinadas calles de los barrios históricos de Lisboa nos trasladan a otra época. El tranvía es toda una institución en Lisboa. Suele resultar pintoresco y atractivo para los turistas, pero lo más importante es que sigue siendo el mejor medio de transporte para aquellos lisboetas que tienen que desplazarse por estas angostas “ruas”.
Los tranvías llevan funcionando en Lisboa desde el año 1873 y actualmente cuentan con cinco líneas que en conjunto tienen una longitud de 48 km. Forman parte de la red Carris, que gestiona también los autobuses urbanos, los tres “ascensores” –o pequeños funiculares para salvar cuestas- y el Elevador de Santa Justa. Un billete sencillo de tranvía cuesta actualmente 1,40 euros y se valida en la máquina junto al conductor. No obstante, lo más rentable es comprar un bono o la Lisboa Card con la que se puede acceder a los autobuses, tranvías, elevadores y metro sin ningún tipo de limitación por 24, 48 ó 72 horas.
Pequeños y con cuidados interiores de madera, los tranvías de la línea 28 son los favoritos de los turistas. Desde el Castillo de San Jorge hasta el Bairro Alto, su red de casi diez kilómetros nos permite disfrutar de los barrios más castizos: Graça, Alfama, Baixa o Chiado. A mí me gusta esperar su llegada en la Plaza Figueira mientras contemplo la soberbia estatua ecuestre del rey João I.
Nunca olvidaré que uno de estos tranvías fue el principal elemento de attrezzo en la grabación del anuncio del Gordo de Navidad de 2003, que por casualidad vi desde la Cafetería “A Brasileira”.
En cambio, los tranvías de la línea 15E no tienen nada de románticos. Son las últimas incorporaciones a la red tranviaria de Lisboa. Eso sí, estos modernos tranvías 15E son la mejor opción para ir desde el centro hasta el barrio de Belém.
Intencionadamente no he mencionado nada del sentido del tacto, pese a ser Lisboa una ciudad tan ávida al contacto humano, a las percepciones táctiles. Pero este tema es harina de otro costal, así que podría ser el origen de otro artículo futuro.
Marta
17 de abril de 2011Precioso artículo. Nunca he ido a Lisboa, pero en mi casa mis padres siempre me comentan (con tanta ilusión como tú) lo pintorescos que son los tranvías y lo maravilloso que es sentarse en el “A Brasileira”. Recuerdo que mi madre estuvo tan encantada con su visita a esta ciudad que se trajo obras de Pessoa para profundizar en la cultura portuguesa. ¡Espero ir algún día! A veces las cosas más bonitas están más cerca de lo que parecen.
(Por cierto, lo del Café- Museo me ha encantado *_*)
Jose Carlos Pozo
17 de abril de 2011Marta, Lisboa es una de las ciudades más hermosas de Europa. En cuanto puedas, te recomiendo que la visites. Como suelo decir, “Lisba nunca defrauda”.
Jose Manuel
17 de abril de 2011Tengo muchas ganas de visitar esta preciosa ciudad y despues de la lectura de tu artículo…mucho más!
Lourdes
17 de abril de 2011Que bueno!!!!!!! Yo tengo muchas ganas de ir, porque ya ne han dicho varios amigos que es una ciudad que te sorprende, sobre todo para bueno, asi que con tus sugerencias bajo el brazo voy a ver si me animo y la visito, no lo puedo evitar soy una viajera empedernida y me encanta descubrir sobre todo lo no tan “turístico” de los distintos destinos……..
meli
17 de abril de 2011Se masca el entusiasmo con el que has escrito este artículo y además lo transmites. Tendré que visitarla!
fotografiar puestas de sol
17 de abril de 2011[…] Lisboa es una ciudad ideal para fotografiar las puestas de sol. Puedes empezar en los barrios altos de la ciudad (el Castillo, Graça o el Bairro Alto), cuando los tejados empiezan a iluminarse, e ir bajando hasta terminar en la orilla del río Tajo viéndolo ocultarse. Y si tenéis trípode, no lo dejéis en casa a la hora del atardecer. […]