Seis días nos bastaron a mí y a mis amigos viajeros que me acompañaban para comprobar que Dublín es una ciudad increíblemente acogedora que ha hecho de nuestra estancia un momento inolvidable. La simbiosis de las culturas celta y vikinga nos ha impregnado por cada lugar que hemos visitado, desde la Catedral de San Patricio hasta el Castillo de Dublín o los alrededores de la Catedral de Dublín donde el suelo está plagado de huellas vikingas alusivas al tipo de casa que tenía esta civilización así como a la distribución de las diferentes estancias de la casa o a las armas que utilizaban en su día a día para defenderse de los celtas.
Texto y fotos: Manuela Caler
Adentrarnos en las calles que circundan Temple Bar nos ha permitido iniciar un periplo por todos los bares y restaurantes irlandeses en los que se respira una jovialidad constante fruto de la música en directo que evoca continuos recuerdos de grupos irlandeses como U2, The Cranberries o The Corrs. Algunos de estos bares y restaurantes de los que hemos disfrutado y que tanto recomendamos han sido Cleaver East By Oliver Dunne, Flanagans, Mexico to Rome o Buskers. El nombre de Temple Bar responde tanto al de las inmediaciones donde se encuentran los principales bares de Dublín como al nombre de un bar llamado así que se ha convertido en uno de los más míticos y antiguos que visitan los locales y los turistas. Los sabores gastronómicos de esta ciudad han quedado grabados en nuestra retina y en nuestro paladar. Hemos podido degustar platos típicos como el conocido Irish Stew (estofado irlandés), el salmón con puré de patatas, el Roast Beef (carne asada) o el postre Apple Crumble (pastel crujiente de manzanas). Dublín es una ciudad bordeada por su canal del río Liffey y atravesada también por sus numerosos puentes como el popular y conocido Ha’Penny Bridge. Este puente fue llamado primeramente Wellington Bridge haciendo homenaje al paso del duque de Wellington por la ciudad, pero más tarde se llamó The Ha’Penny Bridge por el impuesto de un penique que fue obligatorio pagar para cruzar el puente hasta 1919. El gran entramado de calles por el que hemos perdido la noción del tiempo nos ha conducido hasta la estatua del personaje Molly Malone. Esta estatua, que da nombre a una canción que prácticamente todos conocemos, refleja a un personaje de un cuento, concretamente a una mujer que durante el siglo XVII vendía pescado de forma ambulante durante el día pero que por la noche ejercía la prostitución. Las calles adoquinadas están inmersas en numerosos cuentos y leyendas de traviesos duendes que nos sorprenden cuando menos lo esperamos y es que Dublín también es una ciudad con una fuerte huella literaria marcada por autores como James Joyce, Oscar Wilde o Abraham Stoker (el creador de Drácula). La estatua de Oscar Wilde representa a este escritor irlandés del siglo XIX y está ubicada en Merrion Square Park. Uno de los primeros días de nuestra estancia en Dublín pudimos disfrutar de una enriquecedora visita guiada a cargo de la empresa de tours turísticos Sandemans con la que pudimos conocer mejor los retazos históricos que están presentes en cada rincón de la ciudad. Visitar el Trinity College no podía pasar por alto, así que decidimos adentrarnos en el mundo universitario para conocer las instalaciones y los alrededores del ambiente académico que se respira en Dublín desde su fundación en 1592. Visitamos su antigua biblioteca que data del año 1732 y que contiene el conocido Libro de Kells (el único manuscrito en latín que contiene los cuatro evangelios). A lo largo de nuestra visita pudimos apreciar los 200.000 libros con los que cuenta. Dublín es la ciudad de la cerveza Guinness que pudimos disfrutar tras nuestra visita a la la fábrica Guinness que data del año 1904. Durante el recorrido, apreciamos las instalaciones distribuidas en varias plantas, conocimos el proceso de producción de esta conocida cerveza y degustamos su sabor en la última planta de la fábrica donde había un restaurante desde el que se divisaba toda la ciudad. Dublín cuenta con numerosos parques también. Uno de los más grandes es el Phoenix Park. Lo visitamos también y pudimos fotografiar el obelisco que hay allí en homenaje al duque de Wellington. Si algo no podemos olvidar en esta reseña es hablar de la hospitalidad que caracteriza a los irlandeses y es que en todo momento nos hemos sentido acogidos por los habitantes de Dublín a través del carisma que desprende la gente de esta ciudad que muestra su interés constante por ayudarte si estás buscando algo en la ciudad o incluso acompañarte si lo necesitas mostrándote siempre un rostro afable y cercano. Nuestro alojamiento en el hotel Harding ha sido muy confortable dada su ubicación en pleno centro de la ciudad y su accesibilidad a todo en muy poco tiempo. La atención recibida ha sido muy satisfactoria y las instalaciones nos han hecho sentirnos como en casa en todo momento. Dublín es una ciudad que se puede recorrer andando con facilidad y más aún si de lo que se trata es de disfrutar de su visita, pero si algo tenemos que destacar es la gran cantidad de autobuses con los que consta la ciudad que te permiten desplazarte en todo momento a cualquier parte y en muy poco tiempo tanto por la espera como por el trayecto. “Baile Átha Cliath” es el nombre de la ciudad de Dublín en lengua gaélica (fusión de lenguas celtas procedentes de los pueblos con el mismo nombre que habitaron Irlanda) y traducido como “Laguna negra”, el cual simboliza un lugar donde los vikingos construyeron una especie de estructura de carbón vegetal que permitía cruzar hacia la ciudad a través del río Liffey. Sin duda alguna, Dublín es una ciudad a la que hay que volver por todo el entramado mágico que deja en la memoria tanto desde el punto de vista arquitectónico como gastronómico y social que te invita a pensar en la idea de repetir la visita.