África

Las puertas azules de Chefchauen

Las puertas azules de Chefchauen

Este collage de 18 fotos de Olga Osipova muestra una pequeña selección de las puertas azules de Chefchauen, una pequeña ciudad del norte de Marruecos, cuya seña de identidad es el color azulado de sus casas, puertas y ventanas. Hay puertas bajas, estrechas, robustas o carcomidas por el paso del tiempo; hay puertas con arcos de herradura, de medio punto u ojivales; hay puertas con ventanas enrejadas, con tejas o con escalones; hay puertas que descansan sobre jambas o columnas; hay puertas enladrilladas, policromadas o simplemente barnizadas… Puertas diferentes en tamaño, forma, marco u ornato de la pared circundante, pero todas pintadas en azul.

Texto: José Carlos Pozo / Foto: Olga Osipova

Las puertas azules de Chefchauen
Puertas que, a modo de fronteras, suponen la separación celosamente guardada entre lo público y lo privado

Azul pálido, azul turquesa, azul violáceo, azul índigo, azul cobalto, azul celeste, azul añil, azul verdoso… En Chefchauen (también denominada Chauen, Chaouen o Xauen) es tan amplia la paleta de tonalidades de azul que quizás sólo es comparable al que se encuentra en la Tabla de Colores de Pantone que utilizan los diseñadores, impresores o pintores.

A Chefchauen, “la ciudad azul de Marruecos”, se llega desde Tetuán. En el vaivén de curvas por las que serpentea la carretera, cuando uno menos se lo espera, aparece recostada bajo la falda de las montañas del Rif. Aquí el tiempo parece no avanzar. Con una medina puramente andalusí, sus calles recuerdan el Albaicín granadino o los pueblos blancos de Málaga o Cádiz. Sus habitantes también descienden de aquellos moriscos y judíos andaluces que huyeron de las persecuciones y expulsiones de los reyes castellanos tras el fin de Al-Andalus. Por esa razón, Chefchauen permaneció aislada hasta 1920 de cualquier presencia cristiana, puesto que la entrada de un hereje cristiano a la ciudad se castigaba con la pena de muerte.

Sobre el porqué del azul de las viviendas, originalmente no tenía nada que ver con la mera promoción turística como en el caso del pueblo pitufo de Júzcar, en la provincia de Cádiz. Para unos, esta costumbre de encalar las fachadas con blanqueador azulete (un pigmento desinfectante) permite ahuyentar a las moscas; para otros, fueron los judíos quiénes a partir de 1930 empezaron a pintar puertas y fachadas para reemplazar el color verde del Islam. Sea como fuere, las puertas azules de Chefchauen, por las que se accede a zaguanes, patios o humildes moradas de reminiscencias andalusíes, siguen -en su mayoría- celosamente vetadas a los turistas curiosos que pululan por las callejuelas de la medina. Nuestra imaginación deberá descifrar qué familias viven tras esas puertas cargadas de simbología.

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